Un anciano harto de vivir
se fue a la costa y encontró una cuevita que después de mucho pensarlo eligió
para acabar sus días; se metió en ella y fue imaginando lo que había sido su
casa en la ciudad con su familia; de forma imaginaria fue llenando la cuevita
con lo que su imaginación le iba trayendo con sus necesidades en el momento
exacto en que percibía la necesidad de usarlo; ahora, solo, cuando había perdido la fe, se encontró
con la cueva llena de cuanto necesitaba; el hambre, el sueño y el cansancio lo
derrumbaron en el fondo de la cueva y quedó dormido; cuando amaneció, la luz de
una preciosa mañana iluminó la cueva y
asombrado, vio que a media cueva había un cuerpo que no estaba cuando él
entró; se acercó con cautela y vio una cabellera larga mal peinada que asomaba
por encima de una manta esperancera que descansaba sobre el suelo; se miraron
llenos de asombro y ella dijo, ¿vives aquí?, él dijo, sí; entonces ella dijo:
ya me voy; él le dijo: estás perdida? Ella
contestó medio perdida, iba buscando refugio, vi esta cueva y me metí, no quise
entrar más adentro por miedo; ¿entonces dormimos en la misma habitación? dijo
él sonriéndole; la confianza fue mutua y buscaron los dos a la vez, la forma de
no separarse, y en un alarde de imaginación, fe y esperanza, crearon un hogar
común…. creando de la nada un mundo nuevo; la vida es solo tiempo, y con el
tiempo como medida, se llega lejos, aunque nunca sabremos donde termina el camino.
Jecego. 04/07/17.
1 comentario:
Un relato esperanzador no exento de poesía. Bss
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