Estaba esperándote.
A orillas del camino te
esperaba
venías del monte,
acompañada
del recuerdo, cansada,
embebida
en las ramas del silencio,
callada;
tu silencio se hizo voz
cuando me viste,
holaaaa, fue tu primera
palabra,
y las demás se hicieron suspiroso
viento
mientras me besabas;
nuestros corazones se
hicieron presentes
cada uno al ritmo de su
tambor, hablaba;
las palabras se hicieron música
de cielo
y tocaban y tocaban, hasta
agotar su ritmo.
Poco a poco llegó la noche
en Anaga;
era tarde para volver a
casa;
las hojas secas nos
llamaron e hicieron lecho
bajo las ramas robustas de
un hada con alas.
Nuestros ojos sin luz se
miraron en el silencio,
se acabaron las palabras y
empezó un juego
que nos llevaría hasta la
mañana;
nos saludó el sol,
mientras la luna callaba
había visto el juego de
caricias de aquellos cuerpos
bajo su íntimo y cálido manto
de plata.
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