Caída del árbol gigante.
Una historia con mala leche.
Erase una vez un árbol gigante
que ocupaba buena parte de una isla; sus raíces eran enormes, casi como sus
ramas más altas; ya se había engreído de su poderío y tamaño; no le importaba
nada que fuera más pequeño, él se lo absorbía todo; no dejaba crecer nada a su
alrededor, lo quería todo bajo su dominio, a su sombra; sabía que a lo que no le daba el sol, su sol, moriría por falta de luz. Y
se convirtió en el hombre de lengua foránea
que obligaba a sus necesitados amigos a
traducir su lengua.
Era adorado por sus pobres amigos,
pobres de dinero y pobres de espirito que se apuntaban al olor de sus
comilonas; se hizo dueño hasta de la voluntad de la mayoría; cualquier amigo
que creara algo que a él le gustara, se lo lleva a su casa; no le importaba que fuera ajeno; en la isla,
todo le pertenecía, si le gustaba se lo llevaba; presumía luciéndose con lo ajeno y presumía
de poseer lo mejor en su casa; y sin escrúpulos y sin permiso, lo lucía él
primero.
Él mismo dice muy ufano, yo
diría, cretino: soy triunfador…
Pero llegó su otoño y su invierno
y temblará de frío; se abrirán grietas en su piel que empezarán a podrir; se caerán sus hojas
que darán sombra a sus raíces; que empezarán a sufrir; disminuirá su fortuna
porque la romperá su avaricia y no podrá
soportar la de sus hijos, que hará temblar los cimientos de su fantasía. Verá
que su cuerpo ya no puede con esa carga de la que presumía; verá un camino
nuevo con el que no contaba; el camino de su agonía; se borrará su falsa sonrisa, cuando observe que una simple
hormiga le ha traído un mensaje que dice: ya ha terminado tu ciclo de
crecimiento y llega muy deprisa tu ocaso. Te recomiendo des un repaso a tu vida
y repongas, si tienes tiempo a quienes has perjudicado.
Una simple hormiga.
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