Llegué muy tarde, a las diez de la mañana,
todas miraban al cielo, pidiéndole agua;
sus hojas rebozaban tristeza y me miraban,
necesitaban una caricia y una palabra;
yo les di ambas cosas y aclaré sus ramas
para que vivieran mejor las que quedaban;
a eso se llama: limpiar las parras
y ellas se desnudaban y me enseñaban
sus racimos, aún en flor exponiéndolos
a la brisa fresca y húmeda de la montaña.
Estuve hasta la una del medio día
y deje a mis parras envueltas en una nube
de los alisios frescos del norte y la sierra
que las envolvió a todas; ellas se levantaban
para que sus hojas y su fruto mitigaran
la escasez de agua que tanto necesitaban,
creían que aquella suave brisa húmeda
que llegó conmigo, era mi regalo para mis damas.
A las tres regresé a mi casa en el Valle,
y les escribo pensando que le llegará mi carta,
mientras los alisios refrescan sus hojas,
esperan que yo vuelva mañana,
con agua..........
o con una caricia y una palabra
como hoy...
como hoy...
Jecego.
2 comentarios:
Las plantas como las personas necesitan de cariño, de las caricias y de la palabras. Conocen al dueño de la vid, como él leas conoce.
Me ha gustado mucho el cariño que manifiestas a la naturaleza.
Bss.
P.D. Estaré fuera unos días, si no me ves esa es la razón. Cuidate
Amiga Katy, cuídate y buen viaje.
El camino se hace al andar, pero el buen viajero siempre vuelve al punto de partida, porque ese es su principio y su fin; porque en su origen lo tiene todo.
Un abrazo.
Isidro.
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