A un viejo aguacatero.

A un viejo aguacatero.

Frente a mi puerta
se despiden tres aguacateros,
imagen de aquella huerta
con sus secos brazos al cielo.

En su infinita soledad rezan
al agua mísera, y seca tierra,
con sus yermos brazos suplicantes
para que el agua cayera.

Aguacateros casi muertos
breves estatuas de piedra,
con la luna que les acaricia
y el bravo sol que les quema;
sin la lluvia que les alimenten
y remojaran sus yemas,
le llegó la muerte sin pena
a los aguacateros de enfrente.

De nada sirvieron sus plegarias
ni sus brazos apuntando al cielo,
pidiendo ayuda a las nubes,
pero ellas les desoyeron;
la madre agua les abandonó
o no supo escuchar sus rezos.

Los viejos árboles, tercos, callados,
sufriendo en silencio su mala suerte:
sin flores, sin frutos y sin apenas follado
resignados, esperan su muerte;
con sus raíces en la yerma tierra
y sus troncos por las termitas acribillados,
ruegan para que su suerte no se repita
en otros árboles de la tierra.

Compañeros, vecinos, ejemplo de entereza
algunas ramas erguidas,
hacen brotar de sus maderas
para coronar sus áridas vidas;
poniendo en esta empresa
sus últimos alientos de vida,
porque no quieren que su huerto sea
una tierra desierta y vacía.
Cuando un árbol expira
sobre nuestra querida tierra,
lloran hasta las estrellas
y deja abierta una herida.
Jecego.

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