Miro al cielo cada día, cada amanecer;
por saber si aún está tu espacio vacío,
pude entre un millón de estrellas escoger
y traerte a mi mundo, cálido y frío.
Te escogí entre un millón de estrellas
por soberana y misteriosa,
ahora, primorosa como una rosa,
de mi mundo la más bella;
luces en mi casa, más que en el cielo:
en el cielo eras una, entre un millón;
pero ahora que estás en este rincón,
eres única en mi universo.
Ya que estás en nuestro hogar
reina de mi vida y de mi cuerpo,
puedes a tus compañeras gritar;
¡yo tengo aquí mi pedacito de cielo!
y un amor que me guía en mi andar
mejor que el Sol y que Venus.
¡Soy la reina de mi Universo
igual que el Sol en nuestro Cielo!.
Cuando se apague la luz del sol
y mis hermanas no puedan brillar,
yo me encontraré en mi humilde hogar
acompañada de mi propio Sol:
que elegí entre un millón de soles
para enseñar al mundo el sabor,
de otra forma de amar sin pudor,
entre una estrella y un hombre.
Durante milenios, fui rubí luminoso
siempre esclava del sol, entre miles,
ahora solo ocupo un lugar hermoso
lejos del cielo y sus confines.
En mi pecho ha brotado una flor
que en sus pétalos lleva implícita
la palabra que no supe decir precisa,
o, que te dije, y no entendiste: amor.
Es mi primera flor, y solo es una parte,
será mi palabra más usada
cuando yo aprenda a hablarte;
porque en mi pecho ya no cabe nada:
ni flores ni luz... Solo amor para darte.
Jecego.
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