Cuento, Un hombre iba al Este caminando.

Hubo un hombre que quería tocar las nubes de la mañana, sus ojos se fijaron en ellas, y solo les apartaba su vista, hacia atrás para ver su propia sombra, que era su única guía, mientras caminaba por la mañana; por la tarde, su sombra estaba al frente, y con la mirada perdida, fijada en su memoria, iba al encuentro de una alborada.

Cuando la tierra quedó a su espalda, cruzó el mar caminando sobre las aguas en el camino que le iba haciendo la luna, luego el sol extendía sus rayos creando nuevos caminos.

El andante cruzó los mares sin importarle nada.

Un día llegó a la otra orilla del mar donde había visto las preciosas nubes que había visto bailar, pero se había equivocado, porque estaba viéndolas mucho más allá, al otro lado de la tierra y siguió caminando, porque llevaba impresa en su memoria, aquella imagen única, de una alborada, y tenía que llegar hasta donde estaban las nubes, su imagen soñada, la reina de las bellezas, la imagen de su vida.

Así pasaron muchos años, caminando en dirección al Este, siempre como guía su propia sombra, buscando aquellas nubes fantásticas que había visto en Canarias, y que parecían que se alejaban mientras él trataba de acercarse. Pero su fe se unió a su esperanza y le sobraban fuerza para alcanzarlas; y seguía caminando con la única guía de su sombra, porque quería encontrar aquellas nubes de la alborada.

En su andar incansable le llego la desolación.

Había llegado a un país sin sol, donde todo estaba cubierto de nieve y agua; donde no había sombras, todo era un anochecer, sin sol, sin luna, sin estrellas. Se metió en una cueva y durmió, y mientras lo hacía soñó: que como Canarias no hay dos mundos; que las nubes, son solo para verlas, porque no se dejan coger, son huérfanas de padre y madre, no se repiten, son únicas en la tierra a su semejanza y no se separan de los canarios, porque con el Teide son su santo y seña.

Durmió profundamente, lo justo después de tan larga jornada; cuando despertó y abrió los ojos, eran las seis de la mañana, en las Dehesas de Güímar, y ante sus ojos, la alborada que buscaba.

Él la había ido a buscar por todo el mundo; pero ellas no salen de Canarias, su Patria, su Mundo, su Paraíso; el Paraíso de España.

Jecego.

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