El secreto de la montaña grande. Güimar.

El secreto de la montaña grande. 12/07/07.

La lava, hija de la montaña grande
cercada y por el mar acorralada,
lleva sus hijos a cuesta, sin decir nada,
sabiendo que el volcán fue su padre.

Las cosas se transforman con el tiempo
un hijo llega a ser un padre,
el amor llega a ser odio
y la roca, dorado jable;

con el tiempo las cosas pierden
su ruda, áspera y primaria acritud,
y van tomando las formas suaves
de la eterna juventud.

La única historia verdadera (Naturaleza)
ha sido la labrada en la piedra, (Petra)
porque la mano no engaña (Roma, Egipto, Atenas,)
mientras que la palabra yerra; (Historia)

son pocas las palabras exactas
que digan la verdad duradera,
mientras que las grabadas en la roca
tienen una única historia, si dura la piedra.

Hay quienes ocultan estatuas
porque quieren ocultar la historia,
y su ignorancia les lleva
a prescindir de la memoria;
que es la voz del silencio
historia de la palabra más hermosa.

La palabra retumba en la sala
y en la plaza prolonga su eco,
rompe el silencio en el pueblo
siguiendo la dirección del viento;
y se va, y se va lejos
dejando solo un recuerdo,
que es la memoria de que hablo
que evita se las lleve el viento.

Nada dura eternamente
muy poco la palabra hablada,
porque el viento no tiene memoria
solo queda lo que guardas.

Ahí está en su memoria
el secreto de la montaña,
lo lleva entre los surcos
de su piel arrugada;

son sus hijos queridos
verdes en muchos tonos,
para ver a su abuela, la mar,
que no sale de su entorno:
porque pesa mucho su masa
y quiere ver sus retoños.

La montaña nunca ha olvidado
que es hija de un volcán
oculto bajo las aguas;
y que de ella brotó un día
toda aquella lava que forma el malpaís
paraíso de la montaña; (de Güimar)
donde nacieron sus nietos:
valos, cardones y tabaibas,
que cubren todo el espacio
entre la montaña y la playa

Allí su abuela, la mar, se regocija,
viendo a sus nietos, hijos de la montaña
y le teje sus calcetines
con hilos de espuma blanca;

siempre en silencio,
siempre callada,
no valen las palabras
ante una imagen labrada,
sobre la piedra que brotó
desde dentro de sus entrañas,
un día ya lejano,
guardado en la memoria pétrea,
de nuestras Islas Canarias.

Jecego.


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