No sé por qué,
pero casi lo adivino.
Vi alejarse la noche cuando me dormía,
también vi acercarse al sol, que me miraba;
apenas pude acercarme a él, que
me quemaba
y me alejé de su luz, porque me dolía.
Dijiste: bienvenido a mi regazo, amor,
ten mi trenza cargada de júbilo y átame a ti;
yo soy tu día tiernamente cálido; que se inclina
sobre tu pecho, para cautivar mi pensamiento.
Y yo te dije: mi pensamiento es
ajeno al tuyo, pero
hay algo que los une, más bien iguala mucho;
y por eso no veo dos, sino uno en nuestro mundo
y sea la razón que me lleve a adivinar lo que es tuyo.
He adivinado, que es lo que se encierra
entre mis brazos y los tuyos, abrazados;
donde se esconde la soledad, muere su llanto
y suena como gloria, la soledad de tus labios.
Jecego.
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